sábado, noviembre 24, 2007

Mano vengadora, el contravacío

Dos de la madrugada en el edificio Suttol, del Centro de Investigación para la Materia de Valencia, Camino de las Moreras. Al final del gélido y oscuro pasillo que recorre los despachos del ala este, en la quinta planta, un ténue resplandor halógeno se desliza a través de las cortinillas de uno de los panelados. Dentro, el sonido de teclas y un monitor, a la única luz de una lámpara de mesa, se mezcla con el olor a espacio cerrado por varias horas, a papel, tinta, café y humanidad. En la pantalla, con texto de color verde que fluye por consolas con fondo negro, barras verticales de indicadores y una barra de progreso al noventa y tres por ciento, fija toda su atención. El sistema controla el experimento que tiene lugar varios niveles más abajo, ya en el subsuelo, en la sala segura número nueve. El indicador de profundidad espacial alcanza un nivel de setenta y tres amstrongs, y una luz verde se enciende. Anota en su cuaderno de experimentos el valor, tiempo, y condiciones iniciales. Nunca hasta ahora consiguió pasar el noventa por ciento, y hoy son tres puntos más.

El punto fijado en el espacio para la conexión está solamente a varias decenas de centímetros tras la pantalla, sobre la mesa de cortesía, convenientemente despejada. En la parte inferior izquierda el indicador alcanza el noventa y cinco por ciento, y automáticamente las cámaras de supervisión se conectan mostrando el interior de la sala segura numéro nueve. Desde cuatro puntos de vista, muestran el centro de la sala. Un nudo se forma en su garganta al ver por primera vez en la realidad, lo que desarrolló en decenas de libretas repletas de ecuaciones y diagramas que se apilan en las estanterías. Un punto oscuro, de diámetro treinta y dos milímetros, se capta en una de las cámaras, la frontal. Las rutinas de análisis de imágenes devuelven ahora un valor de cincuenta y ocho milímetros para el punto negro en el centro de todas las cámaras. En la cámara situada en el techo de la sala de seguridad se aprecia una ĺínea de dicha longitud, al igual que en la inferior, mientras que en la frontal y en la trasera se observa un cículo, de diámetro creciente. Noventa y ocho por ciento.

Sujetando el teclado, da la vuelta a la pantalla y activa el modo de control táctil de su portátil. Se dirige al otro lado de la mesa, y está a punto de tirar el café frío por encima de la unidad de control. Ya en otro lado, entre su escritorio y el punto de conexión sobre la mesa de reuniones, alcanza la varilla circular de aluminio diez centímetros de longitud, y uno de diámetro. El crecimiento del punto es ahora exponencial, llegado a ocho con cinco centímetros, indicador de progreso noventa y nueve con cuatro por ciento. Con la mano izquierda adjusta el parámetro de skew entre la velocidad de convergencia central y el ratio distancia entre punto origen y objectivo por tiempo de llegada. Noventa y nueve con nueve por ciento, nueve centímetros. El sudor resbala por su espalda, y ase con fuerza la varilla de aluminio. Un ligero desvanecimiento seguido de tintineo eléctrico en la luz de la lámpara y ...

Es una realidad, ante sí, sobre la mesa de reuniones, el círculo de diez centímetros de diámetro aparece formado. Las cámaras graban ahora en sendos servidores de datos situados en alas distintas del edificio, y con alimentación independiente. El cien por cien parpadea en amarillo sobre negro. Una brisa gélida surge del agujero. Con mano temblorosa, introduce la varilla en el agujero y se estremece al verla aparecer en el software multidisplay de cámaras, cincuenta metros más abajo, en la sala de seguridad número nueve. El contravacío, existe.

1 comentario:

Anónimo dijo...

THIS WAS A TRIUMPH

I'M WRITING A NOTE HERE: HUGE SUCCESS