Diez meses antes alguien entró en su despacho y le dió una dirección: http://chetoo.blogspot.com/2008/11/no-deberas-escribir-esas-cosas-en-un.html. Al hacer click y leer allí, su respiración y pulso ni siquiera se aceleraron lo más mínimo ...
"Es bien conocida la indiferencia del director ante los recientes casos de cáncer en el edificio. Aún siendo la incidencia de esta enfermedad cinco veces superior a la media, no ha valorado siquiera la posibilidad de quitar la antena de telefonía móvil del techo. Se han hecho medidas acorde a protocolo, pero es de dominio público la práctica habitual de los operadores de reducir la potencia de emisión a los niveles legales, ante el mandato de un juez para realizar medidas tal día a tal hora. ¿Habrá algún juez alguna vez que sin previo aviso envíe a un experto cualificado a realizar las medidas? ¿Cuántos casos más deben aparecer paulativamente en los próximos años para que se borre esa indiferencia? Mientras tanto algunos trabajadores, en la medida que nuestras responsabilidades nos lo permiten, pasamos el menor tiempo posible dentro de ese edificio".
Y allí estaba yo, varios días después de escribir estas notas en mi blog, leído apenas por cuatro o cinco allegados, sacando un café de la máquina en la solitaria sala de descanso, cuando se abrió la puerta y entró. Me giré naturalmente hacia la puerta, yo en sus ojos, él en los mío, pudimos ver que ambos sabíamos lo que el otro pensaba. Lentamente, con el paso calmado propio de su envergadura, se acercó a mí. Encontré una moneda de cincuenta céntimos en el bolsillo, y la saqué para alimentar a la máquina del negro brebaje. Sin dejar de mirarme dijo:
- No deberías escribir esas cosas en un blog.
- Ya -silencio de diez segundos- ¿lees mi blog?
Semejante estúpida pregunta para romper el silencio, era fruto del nudo que atenazaba la boca de mi estómago, con ramificaciones a mi ya seca garganta, y mi ronroneante intestino.
- Te podría pasar alguna cosa. Te conviene quitarlo de ahí cuanto antes.
Palidecí, creo, mientras él giraba para irse cumplida la intención de su visita. Mientras abría la puerta, el puto héroe inconsciente que todos llevamos dentro dijo:
- Pues va a ser que no.
- Te vas a arrepentir .-soltó sin volverse, y cerrando la puerta tras de sí-.
Así es como al cabo de seis meses de nuevas investigaciones infructuosas, por la denuncia interpuesta de nuevo (la primera se archivó tras un oscuro y amañado procedimiento) por varios de los trabajadores, encontré mi suerte un día del mes de Enero a las ocho de la tarde, mientras corría entre oscuros naranjos hacia el polideportivo. Ese día pensé que era el último de mi vida, y quizás porque no vi pasar mi vida ante mí, sino la cara de mis niñas, puedo escribir esto, cuando aquellas dos personas la emprendieron conmigo con un par de barras ¿de metal? y ¿un puño americano? Según cuentan, el labrador que de vuelta a casa vio por casualidad mi cuerpo en la cuneta, porque habiendo pasado por allí treinta años a la misma hora ese bulto era una delta en fondo de ruido para su visión periférica sin siquiera estar iluminado por la luz directa de los faros de su tractor, tuvo la serenidad de usar el móvil que su hija le regaló. Es curioso, la misma tecnología por la que casi me matan, me salvó la vida.
El experto en audio mostró el análisis espectral de las voces de la grabación que mi nuevo iPhone realizó gracias al café y a los cincuenta céntimos, que por cierto también resonaban en la grabación al repiquetear contra el suelo. Inconfundibles, su voz, la mía, y la de la moneda, dieron al traste con una carrera, no como tantas impunes, de meritorios trapicheo y malversación, llevada hasta el extremo de intento de asesinato.
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Palabras buscadas en el diccionario para la readacción de este breve relato:
paulatino, na.
(Del lat. paulātim).
1. adj. Que procede u obra despacio o lentamente.
homicidio.
(Del lat. homicidĭum).
3. m. Der. Delito consistente en matar a alguien sin que concurran las circunstancias de alevosía, precio o ensañamiento.
(y por ello usé asesinato).
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